lunes, 4 de enero de 2010

relato: El cadáver de mi hermana

Escuché un eco claro, profundo, metálico y estruendoso aunque al parecer amortiguado. Yo me precipité hacia la silla que más cerca tenía para poder apoyarme en ella. Mis ojos permanecían fijos ante ella y en su semblante reinaba una pétrea rigidez. Me acerqué hacía ella y cuando coloqué la mano sobre su hombro, un fuerte estremecimiento recorrió todo mi ser, una lánguida sonrisa asomó en sus labios y vi que hablaba con un murmullo apresurado e incoherente que solo yo podía escuchar.
Escuché sus primeros débiles movimientos dentro del ataúd. Los oí y sin embargo no me atrevía a hablar. Y ahora, esta noche he oído resquebrajarse la puerta. Diría mejor, las resquebrajaduras de su ataúd, el chirriar al abrirse.
-¡Oh! ¿A dónde huir? ¿No se presentará aquí enseguida? ¿No vendrá apresurada para echarme en cara mi precipitación?
-¡Oh Dios! ¿Acaso no estoy escuchando sus pasos por la escalera? ¿Es que no percibo el pesado y horrible latir de su corazón?
-Me estaba volviendo ¡Locooo!.
Oprimido, asombrado y con un terror extremo, conservé la suficiente paciencia para que nadie presenciara mi excitación y nerviosa sensibilidad.
No podía por menos de pensar en el extraño ritual que se había practicado, conservando el cadáver durante diez días (antes de su entierro definitivo) en una de las numerosas casas situadas en aquel campo de árboles podridos y aguas estancadas.
Había dado unas cuantas vueltas en la cama, cuando unos ligeros pasos atrajeron mi atención. Un instante después llamó a mi puerta y entró. Su rostro presentaba, como de costumbre, una palidez cadavérica. Su aspecto me espantó, vagaba por la habitación con pasos apresurados y carentes de objeto. Había sangre sobre su blanco traje y muestras de lucha en su cuerpo; luego, con un grito apagado, cayó pesadamente hacia delante sobre mí y en su violenta agonía me arrastró al suelo. ¡Quería huir de aquella habitación!.
Cada noche, al acostarme, experimento un temblor aterrador, me empeño en no dormirme y las horas pasan y pasan. Me invade una peculiar tristeza que me aflige. La grave y larga enfermedad de mi hermana a quien quería, mi única compañía durante largos años, mi último y único pariente de la tierra. Su muerte me dejaría indefenso, débil, desesperado y en un alto grado de locura.
Pero mis esfuerzos son vanos. Un temblor irreprimible invade mi ser y, al final, me vuelvo a dormir.